sábado, 19 de julio de 2008

Como centuriones

En la antigua Roma, el emperador, o César, solía ser víctima de conspiraciones en su contra; sin importar que su régimen fuera progresista o tirano. Su guardia, centuriones y soldados, más que cumplir con su deber, se vendían al mejor postor: si un gobernante les convenía, lo apoyaban, pero si era contrario a sus intereses, conspiraban para asesinarlo y después ofrecer su servicio a aquél emperador que les diera más dinero o bien, les diera mayor poder.
Inmediatamente después de asesinar al César, y con el cadáver aun caliente a sus pies, ofrecían la corona de olivo a aquél que les pagara más dinero, sin importar quien fuera.
Pues bien, las demandas de mejores condiciones de seguridad por las que varios agentes de tránsito se manifestaron ayer en una protesta con tintes de rebelión, cabe decirlo, son muy justas: armamento, equipo de protección, mejores unidades, etc. Sin embargo, sabemos que entre los motivos que llevan a alguien a hacer las cosas siempre hay uno más poderoso que los demás: aquél que no se dice.
Así, el lamentable atentado contra dos elementos de vialidad es el pretexto que la secretamente conocida red de corrupción al interior de esa corporación estaba esperando para desestabilizar el nuevo orden. Se comenta en los medios que muy posiblemente el malestar ya venía de tiempo atrás, ante el endurecimiento de la disciplina que trajo consigo una menor tolerancia a los actos de corrupción.
Claro que a los malos elementos de tránsito —porque tampoco hay que generalizar— lo anterior no conviene a sus intereses. Sólo que no sería políticamente correcto pronunciarse contra Gonzalo Díaz Rojero, director de Tránsito, en demanda de su “derecho a morder”. Sería incluso ridículo. Por tanto, la agresión contra los dos agentes es la coyuntura ideal para legitimar el verdadero motivo que tienen para buscar la destitución de su director: mantener el status quo, el estado de cosas.
¿Quién no recuerda a aquellos dos oficiales de tránsito asesinados tras seguir hasta su casa (sí, ¡hasta su casa!) a un par de mozalbetes para recibir un soborno? ¿Alguien protestó aquella vez? ¿Alguien pidió acaso la cabeza del entonces director de Tránsito?
Nadie.
En cambio ahora, creyendo erróneamente que una corporación como Tránsito es una democracia, los agentes se atribuyen facultades que no les corresponden, como destituir al director y, peor aun, designar (o entronizar) a su sucesor en la figura de quien funge como subdirector.
¿No es este obrar un símil de lo que hacían las legiones romanas?
Por fortuna, estos agentes viales no se gobiernan solos: acabo de leer en El Diario Digital que el presidente José Reyes Ferriz destituyó a Díaz Rojero y acaba de designar a Alfonso Mayorga Valenzuela como nuevo director de Tránsito.
Una destitución y un nombramiento hechos por quien debe hacerlos.

P. D. Por cierto, si existiera un déficit de oficiales de vialidad, estaría muy bien que abrieran la convocatoria para ingresar a sus filas, pues ésta recibiría un sin fin de solicitudes de ingreso. Y es que, si es verdad que los agentes de tránsito reponen los motores y las llantas de sus unidades “con dinero de su propio bolsillo”, deben tener muy buen sueldo.
Un sueldazo con el que “quizá” no tienen necesidad de morder.